Hace años comencé a planear junto a mi esposo un cambio de carrera que siempre se veía postergado por la comodidad de quedarme en mi zona de confort. Sin embargo, eventualmente las condiciones se dieron para que comenzara a moverme con parsimonia hacia el cuadro ideal que ambos pintamos.
Fueron muchas las variables que evaluamos, pero nuestro motivador inicial era compartir el mismo calendario de trabajo y vacaciones, por lo que introducirme al campo de la educación era la opción que tenía más sentido: mi esposo es profesor y consejero estudiantil.
Dentro del campo, exploramos las opciones que conectaran a mis intereses y experiencia. Lo más cercano que encontramos fue ser bibliotecaria. A partir de ahí, investigamos las mejores opciones académicas disponibles, me preparé y decidimos a cuál Master y escuela debía aplicar de inmediato: Master in Library and Information Science.
Durante el proceso de transición (renuncia al trabajo y proceso de aplicación) tuve tiempo de publicar mi primer libro de cuentos y tener mi primer hijo, dos eventos que cambiaron profundamente mi vida. Por suerte, al poco tiempo de comenzar a estudiar, recibí una oferta de trabajo ideal en el colegio internacional donde mi esposo trabaja.
Ese tiempo de transición fue un período de mi vida donde mi identidad se vio transformada en varios niveles: pasé de empleada y productiva a desempleada sin ingresos; exploré mi lado artístico reprimido; inicié un cambio de carrera a un área totalmente nueva; nos mudamos; me convertí en madre. Quedé en un limbo en el que toda pregunta relacionada a mi oficio me generaba ansiedad. “Soy esto pero trabajé tantos años en aquello y ahora estoy tratando de hacer lo otro”. Me desgasté en explicaciones innecesarias por la necesidad de identificarme, de asir algo tangible, “respetable”, productivo.
Después de casi tres años de abrazar el cambio, de un año y medio de estudios y de seis meses en un nuevo trabajo, es tan sabroso sólo decir: “Soy bibliotecaria”. Sin explicaciones. Sin antecedentes. Con tanto futuro.