No apagues la luz. El terror de lo real

Hay muchas pistas en la literatura de Yoselin Goncalves (Venezuela, 1993) que me hacen sentirla más que conocida, cercana. No necesariamente me refiero a sus personajes, sus casonas malditas o a los ecos de sus voces. Sino a ella. A la mujer. A la escritora. Si pudiera describir su pluma en una palabra, sería “íntima”: con la calidez de lo que viene de adentro; con la estrechez de lo guardado; con lo secreto de un susurro; con lo sensual de lo privado.

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NaNoWriMo y la historia detrás de mi historia

Cuando estaba en primaria, escribí un cuento en clases de español que participó en un concurso de la escuela. Para mi sorpresa, el siguiente lunes durante el acto cívico me anunciaron como ganadora; de premio me regalaron un librito llamado La doncella guerrera y otros romances de amor, de Verónica Uribe, que de inmediato se convirtió en uno de los tesoros de mi niñez e influenciaría mis poemas futuros.

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La construcción de la imagen en algunos minicuentos de autoras panameñas en el libro ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género.  

La primera vez que leí ¡Basta! Me impresionaron sus imágenes: retratos de mujeres bajo una luz dura, fría y continua; ambientes miserables con el aire cargado de cruda realidad. En textos de corto aliento, pululan no sólo lugares comunes de la desdicha femenina, sino también objetos, sitios y paisajes tangibles que se erigen y despliegan en la mente del lector como una fotografía en un museo a la violencia.

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Ese amarillo que aparece

Hace unos años, un minúsculo fragmento de su visión artística, filosofía y experiencia apareció ante mí —como una epifanía—, para azuzar el panal de mis inquietudes literarias y lanzarme en la búsqueda de mi autonomía artística. Influenciada por esa semilla, hoy “vivo en arte”.

Este post es en homenaje y agradecimiento al Maestro Carlos Cruz-Diez; por la inspiración, las luces y el color. 

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Escribir es de humanos

Confieso que he pecado: quise –y todavía quiero a veces– dar lecciones, pero de a poco entiendo que esa no es mi labor ni lo será; que es mejor dedicarse a aprender que a enseñar; que las lecciones de vida no se dan, ellas llegan. Llegan como un vendaval en plena mañana de verano o como una fatalidad el día de tu cumpleaños: sin que lo imagines ni lo pidas. Llegan en forma de anécdotas, obstáculos y suerte; disfrazadas de flor o payaso, con una gracia tan sublime como aleatoria. 

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